Sábado 17 de Febrero 2024
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El entrenador de Cristo: fuerza y resistencia desde la fe

Alejandro González es el responsable de preparar fisicamente a quien da vida al papel principal del Vía Crucis en Iztapalapa. Antonio Reyes, fue el último en personificarlo antes de la pandemia

Fuente: Cortesía Alejandro GonzálezCréditos: Fuente: Cortesía Alejandro González
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Los músculos tiemblan extendidos en esa cruz de madera. El cansancio duele y quema, un poco más que ese sol castigador, un poco menos que esa corona de espinas. Las venas saltan, se asoman a los fieles que atentos miran con fervor, pasión y lágrimas. El dolor se transmite a la vista, mientras los brazos del crucificado claman piedad. Por un momento Cristo deja de serlo para volver a ser Antonio y acordarse de su madre y su familia, pero se concentra y vuelve a ser el nazareno que, pese al dolor, enuncia con tesón y voluntad su parlamento al cielo: "Padre, ¿por qué me has abandonado?". 

Los incontables pensamientos que flagelan la mente de Antonio Reyes son su penitencia. Considera caer, rendirse y no seguir con el papel de Jesús de Nazaret, en la representación número 176 de la pasión de Cristo en Iztapalapa, la alcaldía que sale a las calles para ser testigo de la que, sin saber, será la última antes de quedarse en casa las dos ediciones siguientes, debido a la pandemia. Pero Tony —como lo llaman sus apóstoles en la vida cotidiana— aguanta los golpes, el peso de la cruz, el rayo de sol, la tensión de los brazos abiertos hacia el dolor, gracias a la preparación física que tuvo con Alejandro González, el entrenador de Cristo. 

"Desde 2017 tengo a mi cargo esta función de entrenar al papel principal y de preparar a un grupo de clarines a caballo”, revela Alejandro, oriundo del Barrio de Santa Bárbara, boxeador por convicción y músico de profesión, director de la Orquesta La Típica. “Todo depende del perfil del joven. Lo que necesitamos es que estén fuertes y tengan condición física. Si sólo traen condición nos enfocamos en el fortalecimiento de brazos y piernas; si es al revés les creamos resistencia”. 

El primer domingo del año, los aspirantes a ser Cristo hacen su registro, se aplican las pruebas de fuerza y resistencia para ver quién puede cumplir con las exigencias del personaje. Es elegido el segundo domingo del mes y el lunes siguiente empieza la preparación física, que termina el Viernes de Dolores, es decir ocho días antes del Viernes Santo. En menos de tres meses (10 semanas) —en ocasiones en un tiempo menor— el futuro Cristo deberá estar a punto físicamente para interpretar el papel, con el entrenamiento y la ayuda de un nutriólogo.

Foto: Cortesía Alejandro González

Es una mañana de marzo de 2019. Entre la tierra, hojarasca y árboles del Cerro de la Estrella, Antonio corre, hace flexiones, fortalece el hombro y carga un tronco de más de 70 kilos, porque el Viernes Santo el peso de la cruz será mayor a los 95, soportados durante la caminata de dos kilómetros, descalzo y con los golpes reales de quienes interpretan el papel de los romanos. 

Alejandro me ayudó a la condición física, a tener fuerza en hombros, en piernas y abdomen. Fui al gimnasio para tener volumen y la fuerza que no adquieres corriendo o con ejercicio al aire libre”, cuenta Antonio, desde el Barrio de San Pedro,uno de los ocho que componen la alcaldía de donde es oriundo. “Hice más bicep, trícep, pantorrillas y cuádriceps, que era lo que más necesitaba al momento de cargar la cruz. 

Tony combinó las rutinas de ejercicios con pruebas de vestuario y maquillaje, ensayos, toma de medidas para hacer la cruz y la atención a los medios de comunicación que le enfocaban. Un Cristo superestrella. Un Cristo que dormía poco y lo entregaba todo para estar listo ese ansiado viernes.

Foto: Cortesía Alejandro González

Hacemos calentamiento físico de hasta una hora, entre saltar cuerda, hacer sentadillas, lagartijas, entre otros ejercicios, se corren cinco kilómetros diarios. Lunes, miércoles y jueves fortalecemos el hombro con un recorrido aproximado de dos kilómetros cargando un tronco; martes y jueves hacemos el arrastre de una cruz de troncos para entrenar”, comparte Alejandro. “Todo el entrenamiento va dirigido a aguantar la cruz, los azotes, las caídas y el clima”.

De la mano de una nutrióloga, y con el asesoramiento del Profesor Fantasma, veterano luchador y presidente de la Comisión de Lucha Libre, Alejandro puso a punto a Tony para no sentir la molestia de la cruz y, literalmente, hacer callo en su hombro. Coloquialmente le llaman "matar la sensibilidad".

“El peso siempre se siente, pero en el hombro ya no se va a sentir el dolor. Es madera, sí cala, entonces se te hace una especie de callo que te ayuda a no sentir tanto”, explica Antonio ese proceso, el más difícil que experimentó en su preparación. “Pasamos de cargar una cruz de 70 kilos a otra de casi 100 el mero día, entonces nos facilita a preparar el hombro, teniendo fuerza en las piernas y el abdomen con otros ejercicios. (...) Son  cuatro horas de entrenamiento: dos de acondicionamiento, tronco o cruz y otras dos de gimnasio”. 

La mente se trabaja tanto como los músculos: “Teníamos que enfocarnos en lo mental, tener paciencia porque después de dos kilómetros cargando la cruz, de las caídas, el cuerpo se va desgastando y ya al tener esa posición los músculos te tiemblan, los brazos se te duermen. Y todavía debes decir tus líneas”. 

Foto: Cortesía Alejandro González

Coronavirus. Otro año sin gente

Para la edición 2020 del Vía Crucis, los fieles que un año antes vigilaron con fe y asombro el paso de Antonio como Cristo de Iztapalapa, tuvieron que ver la representación en casa, desde el televisor, a causa de la pandemia por coronavirus que metió a la Ciudad de México en cuarentena desde el 16 de marzo de ese año. Para eso no hubo rutina ni entrenamiento.

Alejandro González también preparó a Mauricio Luna, que sin gente a su alrededor, hizo el trayecto, dijo el parlamento y pasó el mismo calvario que pasó Tony en 2019 y 175 hombres anteriormente. En este 2021, Rodrigo Neri tampoco tendrá gente con plegarias, lágrimas y oraciones a su alrededor en la representación 178 de la Pasión de Cristo, realizada en el Santuario del Señor de la Cuevita, en donde se hacía en los orígenes de la tradición. 

Será el segundo año que los iztapalapenses, ni habitantes de otras alcaldías, estados y partes del mundo, no presencien la pasión de una tradición que roza los 200 años. Alrededor de 2 millones de personas abarrotaban las calles por donde el Cristo pasaba, pero se frenó a causa de las casi seis mil muertes y más de 95 mil contagios registrados en Iztapalapa, la demarcación capitalina más sacudida por el Covid-19. 

Desafortunadamente para muchas personas, en mi representación fue la última vez que vieron al Cristo. En los ocho barrios han fallecido muchas personas, pensar que se fueron viendo por última vez mi personificación es fuerte. Me siento dichoso de haber cumplido”, dice Antonio Reyes.

La Pasión de Cristo

La dedicación y la disciplina son claves para llevar a la cruz de su destino a los Cristos de Iztapalapa. La fe que usa Alejandro en su práctica del box, en su rol de entrenador y al salir al escenario en cada actuación de la Orquesta La Típica, parece no terminarse. Para él, la fe lo puede todo, así en el deporte, como en la práctica religiosa. “Si no tienes fe no tienes fuerza, si no tienes fe no hay esperanza, no hay nada”, cuenta el entrenador.

Alejandro y su pupilo, se encomiendan desde las alturas del Cerro de la Estrella, antes de cada entrenamiento. El silencio se rompe con un Padre Nuestro que les inmuniza el alma y los libra de todo mal. El ceremonioso momento se repite al final para agradecer que no hubo lesiones ni contratiempos. La entrega es total desde la fe.

Antes de entrenar pedimos permiso al señor para que nos dé fuerza, inteligencia y sobre todo para que no ocurra ninguna lesión”, comparte Alejandro. Antonio lo acompaña: “Te ayuda a sentir que no estás solo al momento de entrenar. Sentía la presencia de Dios”. 

Foto: Cortesía Alejandro González

Alejandro González personifica a un romano en 2019, está pendiente del paso de Cristo, en personaje, pero sin dejar de ser el responsable de la preparación física de quien está bajo la túnica blanca y la peluca, barbado y recibiendo los azotes. Antonio avanza a paso lento, titubeante, sangrando, con la piel cambiando de color por el sol que también lo golpea, al ritmo de los clarines y las trompetas que intimidan, ambientan y encuadran una escena de dolor. Pero Alejandro lo vigila, está pendiente de su estado, en las caídas, cuando la cruz de casi 100 kilos le cae encima a Tony, la respiración se detiene, y viene la prueba para ambos: ver la fuerza de brazos para levantarse y seguir con su camino hacia la muerte escenificada. Alejandro también carga algo más pesado que una cruz. 

Te echas en los hombros el peso de casi 200 años de tradición. Lo hago con mucho cariño, con respeto. Después vienen más cosas bonitas, como el agradecimiento del actor, de su familia, porque cuando lo haces con cariño la gente se da cuenta. Además se queda una hermandad con ellos, con cada uno de los que representan a Cristo, para mí eso es lo más preciado”, dice satisfecho.

Los pensamientos asaltan a Antonio desde la cruz más alta, mientras levantan al buen y al mal ladrón que lo acompañan en el agónico momento. “Dices: ‘¡híjole, ya no puedo! Ya mi cuerpo me pide un descanso’, pero ahí está tu familia, traes más de 170 años de historia y tienes la responsabilidad de salir adelante para quedar bien contigo mismo y saber que no les fallaste, no te fallaste”. 

Foto: Cortesía Alejandro González

Alejandro mira a pie de cruz la resistencia del Cristo, con la atención de un padre y la responsabilidad del entrenador. Desde 2017 lo hace desde esa posición. El corazón le palpita más que en una pelea de box, más que en una carrera de 10 kilómetros. Su pulso y el de Antonio van al mismo ritmo, pero se aligera en el último aliento:

Padre mío... en tus manos encomiendo... mi espíritu”. 

Y Alejandro respira. Se persigna. Deja ser el romano para volver a ser el entrenador al que encomendaron más que un espíritu: el cuerpo de Cristo. 

-Por Francisco Domínguez

FDR