Sábado 17 de Febrero 2024
FUTBOL INTERNACIONAL

Carlos Bilardo, el eterno campeón: ficciones de un mundo raro sin Diego Maradona

El exseleccionador argentino pasa sus días en un ambiente extraño: encerrado, con una enfermedad neurodegenerativa y sin saber que Diego ya no está.

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Carlos Salvador Bilardo no le dedica más de quince minutos a una charla con su esposa Gloria o su hija Daniela. Tampoco sabe qué día es ni porqué los doctores le apagan la TV. El técnico campeón del mundo en México 86 tararea algunas canciones, mientras combina fichas de dominó con su amigo Miguel Lemme. La música lo lleva a tierras colombianas, donde en los años 80 continuó el legado de su maestro Osvaldo Zubeldía.

“Si te descuidás un poquito, te agarra dos fichas o las empuja. No pierde las mañas”, dice Lemme, entre risas, después de su última visita. “Carlos está bien, pero no sabe lo que pasa allá afuera”.

Desde hace dos meses, un enfermero y un kinesiólogo lo asisten permanentemente en su casa. Varios de sus seres queridos, además, pueden visitarlo con frecuencia. Ahí están Gloria, Daniela, sus nietos Micaela y Martín, y su hermano Jorge, quien suele recibir en la puerta a ex jugadores como Óscar Ruggeri, Nery Pumpido y Jorge Burruchaga, todos campeones con la selección argentina.

“Alguno siempre está. Ayer me llamó Juan Sebastián Verón (el papá) con ‘El Bocha’ Flores, porque quieren venir a verlo”.

En el piso del barrio de La Paternal, a cuatro cuadras del estadio del club Argentinos Juniors, se escuchan canciones de Los Wawancó y hasta un poco de cumbia colombiana.

“Por eso le digo, mi negrita goza/ oye, caramba, con su pollera colorá/

Ay, cuando la veo feliz pa’quí, feliz pa’ allá/ con su pollera colorá”.

La música sirve como excusa para entrenar una memoria cada vez más olvidadiza por culpa de la edad y del Síndrome de Hakim Adams, una rara enfermedad neurodegenerativa que la ha borrado fechas, nombres y varios momentos de su vida. Los médicos dicen que va mejorando, pero el tratamiento requiere tiempo y paciencia.

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“Es una enfermedad larga. Carlos tiene una válvula que regulan los doctores de vez en cuando, para reducir la presión de la cabeza. Pero está bien. No es que esté postrado en la cama o tirado. No, no. Los primeros dos o tres meses estuvo así, hasta que le encontraron la vuelta”, dice Jorge Bilardo, sorprendido todavía por el número de la llamada. “Para nosotros, México es la Selección Argentina y el Mundial del 86 (se ríe)”.

Días antes de su cumpleaños 82, el 9 de marzo, El Narigón -ese apodo que arrastra desde sus años adolescentes por el tamaño de su nariz- recibió la primera dosis de la vacuna contra el coronavirus, en el estadio de Boca Juniors. Después de varios meses de encierro, el cambio de escenografía mejoró sus ánimos.

Hace poco más de dos años, el ex seleccionador argentino enfrentó sus horas más difíciles en la clínica donde se hospedaba, el Instituto Fleni de Belgrano. Estaba inconsciente y en terapia intensiva, pero la visita de uno de sus ex ayudantes, Carlos Pachamé, motivó su regreso a la tierra.

“Pachamé se acercó, lo agarró de la mano y Carlos respondió, y no quería soltarlo. Nadie podía creerlo. Los médicos nos decían que eran horas críticas. Esa vez me di cuenta qué era la verdadera amistad”, recuerda su hermano, aún conmovido por dicha escena. 

Los meses siguientes fueron de películas, videollamadas y series colombianas en Netflix. A causa de la emergencia sanitaria, Bilardo no recibía visitas ni podía tener control de la TV. Todo tipo de información del exterior era desactivado como medicina preventiva.

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Entre esas informaciones, estuvieron las muertes de José Luis ‘El Tata’ Brown (campeón en México 86), Óscar ‘Cacho’ Malbernat (ex compañero en Estudiantes), Alejandro Sabella (ex técnico de Estudiantes y la selección argentina) y Diego Maradona, el capitán de sus cuentos fantásticos.

“Todavía no se lo dijimos. Tampoco sabemos cómo hacerlo. ¿Para qué lo vamos a amargar? Diego era el hijo varón que no tuvo. Se pelearon veinte veces, se amigaron veinte veces, y eran como padre e hijo. Si se entera de la manera en la que murió, los mata a todos”.

***

Los días de Carlos Bilardo empiezan a las nueve de la mañana y terminan a las 11 de la noche. Si no hay algún partido para ver en la TV, prefiere poner películas y después se duerme. Cuando le hablan de futbol puro es un torrente: se come las palabras, alarga los minutos y convence con un discurso apasionante a quien se le ponga en frente. “Bilardo inventó el 3-5-2”, dice la historia y no le falta razón. Desde 1986, varios equipos imitaron ese esquema, como ahora imitan la salida limpia y la presión alta de Pep Guardiola.

Después, hay frases que definen la obsesión de este hombre: “Del segundo nadie se acuerda”, “si no pasamos la primera ronda, hago estrellar el avión”, “al rival hay que pisarlo”, “lo más importante es ganar”, entre otras definiciones que hizo suyas. En el futbol, Bilardo fue un adelantado a su tiempo. Luchó contra los medios poderosos y hasta sufrió un intento de derrocamiento al frente de la selección argentina. Nada de eso pudo con él ni con sus ideas. Ni siquiera ahora que no sabe en qué tiempo está.

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“Sigue pensando lo mismo. Lo que pasa es que le agregaron siempre el ‘ganar como sea’. Y no. Ganar es ganar, nada más. Si vos tenés un programa de radio o TV y no lográs rating, te echan. Para él es así. Siempre fue igual. En la primaria fue el mejor alumno. En secundario, se llevó una sola materia en cinco años. Luego, se recibió de doctor y siguió jugando. Nunca le importó el dinero. No sabe ni siquiera en qué coche anda”, dice Jorge y se ríe, porque en eso tuvieron que ver Calógero y María Angélica, sus padres.

“Hace 50 años, nosotros creíamos que ella era una adelantada a su época. ‘Vayan a aprender inglés’, nos decía. Y en aquel tiempo, 50 años atrás, ¿quién iba a aprender inglés? Ahora, todos tienen que hacerlo. Eso era el trabajo”. La vieja escuela bilardista.

Bilardo camina, hace ejercicio con poco peso y pasa algunos minutos en la caminadora. Come a las dos, se acuesta un ratito y, si no hay noticias de Estudiantes de La Plata -el equipo al que revolucionó con una manera de jugar en su versión 1982-, pide que le enciendan la TV. El encargado es un enfermero que maneja el control remoto, con el volumen bajo y sin perder la tecla de cambio de canal, por si aparece el nombre de Diego Maradona.

—“Se cortó el cable, la tele no funciona”, siempre algo pasa.

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“Ahora, se está avivando un poco”, dice Jorge, quien suele responder las preguntas que hace El Narigón. “El otro día me dijo: ‘che, ¿qué pasa? ¿Por qué hay tantas banderas de Diego en todas las canchas?’ ‘¿Y qué querés?’, le digo, ‘A Diego lo quieren en todos lados’”.  

A Carlos le extraña que haya equipos, con los que nada tuvo que ver Maradona, que tengan banderas colgadas de él en sus estadios. A pesar de sus sospechas, la familia quiere alargar el tiempo de la noticia para no afectar su estado de salud. 

En el barrio de La Paternal, los hermanos Bilardo conocieron a Maradona antes de su debut en Argentinos Juniors. El club le compró una casa a dos cuadras de la cancha, mientras ellos vivían a cuatro. “Nacimos ahí y teníamos una fábrica de muebles, que estaba a 400 metros. El suegro de Diego muchas veces paraba en el mismo café que parábamos nosotros y, entonces, muchas veces venía él y hablábamos”.

De un lado Bilardo y del otro Maradona. El entrenador y el artista. Una larga historia de encuentros y desencuentros, entre dos hombres que convivían como familia. Amándose y odiándose sin matices. 

Cuando era entrenador, Bilardo era capaz de viajar a la misma hora, comer lo mismo que la noche anterior, pisar el césped antes que el rival y, en el momento en el que los jugadores asomaban por el túnel, cruzarse por delante de ellos con tal de ganar un partido, “no sea cosa que la pelota pegue en el palo y se vaya afuera”. Ahora su única cábala, que prefiere llamar “costumbre”, es ver los partidos de Estudiantes de La Plata, su gran amor.

Foto: Especial

El Narigón escucha al taxista que lo lleva al médico, al que le vende el diario, pero no opina. Todo lo que piensa sólo lo sabe él. Antes era capaz de llamar al presidente de un club, a las tres-cuatro de la mañana, para preguntarle por un refuerzo o disfrazarse de mujer en alguna fiesta para vigilar a sus jugadores.

Hoy, ese mismo hombre de la nariz agrandada tiene dificultad para caminar, apatía, vive en aislamiento y sólo algunos recuerdos se le vienen a la mente. En algún momento, dice, volverá a encontrarse con Diego y su familia. Saludará a Sabella y al 'Tata' Brown. Bailará cumbia como lo hacía en Colombia, cuando era técnico del Deportivo Cali, y sabrá que existe un mundo allá afuera en el que ellos ya no están.

Por Alberto Aceves